Reflexiones del pastor. María glorificada es nuestra esperanza. Domingo, 15/8/2015

REFLEXIONES DEL PASTOR 
SÁBADO, 15-08-2015 
ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA 
ORDENACIONES SACERDOTALES 


MARÍA GLORIFICADA ES NUESTRA ESPERANZA 
Lc 1, 39 – 56 

Las fiestas de la Virgen están bañadas de un clima festivo, popular, dulce, maternal. María es el polo femenino de un catolicismo predominantemente sacerdotal y masculino y simboliza la ternura, el sosiego, la paz. Este carácter festivo transcurre de un modo especial en la Asunción de María que coincide con fiestas en todo lo largo y ancho de nuestro continente y de nuestro país.


Por eso, considero oportuno ofrecer algunas reflexiones sobre la fiesta que enmarca esta celebración particular de Coro, como es la Ordenación de estos jóvenes, ya que algunos piensan que el hombre actual está perdiendo la capacidad de “celebrar fiesta” incluso llegan a hablar de una civilización sin fiesta.

Pues, en nuestro mundo obsesionado por el producir y consumir, donde el ser humano se convierte en una pieza más en el complicado engranaje del sistema, la fiesta queda vacía de su contenido más hondo; se convierte en día “no laborable”, “día de vacación” en cuyo caso la fiesta queda reducida a un “pasatiempo”, hacer turismo, a una mera diversión; se va a la playa, se va al campo, etcétera. Pero no es posible hacer fiesta y celebrar la vida, cuando el ser humano es reducido a un mero objeto producir y consumir; cuando el trabajo deja de ser humano.

Sin embargo, tenemos necesidad de algo que es más que unas vacaciones que nos distraigan; algo que no puede lograr “la industria del tiempo libre” por muchas fórmulas que inventen para llenar o, como se suele decir, para matar el tiempo. Necesitamos recuperar el sentido de “vivir en fiestas”, porque la fiesta es una dimensión fundamental de la persona y de los pueblos, ya que en ella se celebra los acontecimientos más importantes de la vida. También el pueblo de Israel y la misma Iglesia tienen sus fiestas, en las que se celebran, actualizan y se reviven sus acontecimientos más significativos como es el hecho de poder hoy de forma festiva y alegre Ordenar este hermoso grupo de jóvenes sacerdotes al servicio de esta Iglesia falconiana.

Por tanto, la celebración festiva tiene sentido cuando hay algo que celebrar y ciertamente tenemos algo que celebrar en este día y se sabe lo que se celebra. Y una nota característica de la celebración festiva es que se trata de una celebración comunitaria, de experiencia y aspiraciones compartidas, centradas sobre acontecimientos históricos que han sido determinantes para nuestra vida e historia. Celebrar la fiesta es revivir nuestras raíces a la actualidad y proyectarse hacia el futuro. Pero hay que saber celebrar las fiestas; para ello se precisa que se despierte y aflore lo mejor que hay en cada uno y en la comunidad y que ha quedado oscurecido por el olvido provocado, por la represión, por la superficialidad, por el ritmo tan agotador de cada día.

La fiesta es algo más que un día en el que no se trabaja, es una celebración gozosa de la vida en toda su amplitud y del mundo. Celebrar es reconocer que la vida es buena, que el mundo es bueno, que las cosas son buenas. Es incorporarse al gesto de Dios creador que reconoce que la creación es buena. Es, por lo tanto, que todo lo que existe es bueno y es bueno que exista. Celebrar la Asunción y en esta fiesta celebrar esta Ordenación es reconocer, glorificar a Dios y alegrarnos por todas las maravillas que el Espíritu de Dios ha realizado en una mujer sencilla, trabajadora y vecina de un pueblo desconocido y que esa madre amorosa nos regala hoy a nosotros la presencia de este grupo de nuevos ministros alegres de la Palabra y de la Eucaristía.

La fiesta de la Asunción también nos dice algo sobre nuestro destino final al que estamos llamados. Eso que creemos y esperamos y en plena realidad en María. María es glorificada en cuerpo y alma, es también imagen inicio de la Iglesia del futuro; signo de esperanza y consuelo para el pueblo de Dios que camina hacia la patria definitiva. Este pueblo, ya redimido y lleno de esperanza pero que se encuentra peregrino, en camino en la historia, ve en María la posibilidad de llegar a su plena glorificación en Dios. A partir de María, la mujer tiene la dignidad de su condición reconocida y asegurada por el creador.

Lo masculino y lo femenino están en Jesús y en María resucitados y asuntos a los cielos participando de la gloria del misterio trinitario. La celebración de la Asunción nos invita a ser testigos de que otro mundo es posible en el que reine la justicia, la solidaridad, la libertad para todos y la igualdad.
Debo recordar que existe una relación esencial entre la madre de Jesús y el sacerdocio de los ministros del Hijo, que deriva de la relación que hay de la divina maternidad de María, el sacerdocio de Cristo que ustedes hoy jóvenes están recibiendo.

En esta relación radica la espiritualidad mariana de todo sacerdote que ustedes deben vivir. La espiritualidad sacerdotal no debe considerarse completa si no toman seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado que quiso confiar a su Madre al discípulo predilecto y, a través de él, a todos los sacerdotes, que han sido llamados a continuar su obra de redención.

Como Juan al pie de la cruz, a cada uno de ustedes jóvenes sacerdotes se les encomienda de modo especial a María como madre que nos ofrece la esperanza de felicidad. Ustedes sacerdotes que se cuentan entre los discípulos más amados por Jesús crucificado y resucitado deben acoger en su cuentavida a esta María triunfante asunta al cielo como a su madre: será ella, por tanto, objeto de su continuas atenciones y de sus oraciones.

María Virgen es para ustedes nuevos sacerdotes la madre, que los conduce a Cristo, a la vez que los hace amar auténticamente a la Iglesia y los guía al Reino de los cielos. Todo sacerdote sabe que María, por ser madre, es la formadora eminente de su sacerdocio, ya que Ella es quien sabe modelar el corazón sacerdotal, protegerlos de los peligros, cansancios y desánimos. Ella vela con solicitud materna, para que el presbítero pueda crecer en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres.

Obra maestra del sacrificio sacerdotal de Cristo la siempre virgen madre de Dios asunta al cielo, representa a la Iglesia del modo más puro, “sin mancha ni arruga”, totalmente santa e inmaculada. La contemplación de la santísima virgen, pone siempre ante la mirada del presbítero el ideal al que ha de atender en el ministerio en favor de la propia comunidad, para que también esta última sea “Iglesia totalmente gloriosa” mediante el don sacerdotal de la propia vida.


Que esta reina y señora de la esperanza gloriosa me los acompañe y los proteja en su ministerio sacerdotal. 

+Roberto de Coro
@MonsLuckert