REFLEXIONES DEL PASTOR
DOMINGO 19-7-2015
XVI DOMINGO TIEMPO ORDINARIO
ESTAR PRESENTES EN EL MUNDO
Mc 6, 30 – 34
En el mundo actual es muy importante hacerse ver por medio de cosas prácticas que den resonancias al autor para que la sociedad le reconozca como persona eficaz y con capacidad para decir o hacer.
El mundo de hoy es muy práctico, y busca la eficacia como medio de conseguir objetivos con la aplicación de los métodos más económicos, que no siempre son los más baratos y directos.
La eficiencia es un principio que rige por lo tanto nuestras mentalidades. Es un modo cultural de ser y actuar que va muy bien y permite logros muy importantes. A quien lo es, se le hace un sitio y se le pide que siga en esa trayectoria porque otros pueden desplazarlo. Y al final se convierte en una dinámica que invade la vida, la impregna y no permite asentarse en las conquistas obtenidas, porque otros nuevos retos aparecen.
Nadie escapa a esta lógica, en el ámbito de la producción ni en el del consumo. El ejercicio profesional está continuamente empujado a establecer nuevas metas y nuevos métodos.
La práctica del consumo nos lo pone delante para que vayamos renovando igualmente nuestro modo de vivir.
Los cristianos, que a lo largo de la historia hemos hecho muchas cosas, nos planteamos también qué hacer en estos momentos de tanta crisis, de tanta violencia en Venezuela y en el mundo. Cómo estar presentes hoy en este mundo tan plural y desorientado, cómo justificar nuestra existencia cristiana y suscitar un reconocimiento a la comunidad de la que formamos parte.
No queremos vernos reducidos a figuras de museo ni a huellas arqueológicas de un pasado en donde los cristianos tuvieron sentido y protagonismo social. Queremos dejar bien clara nuestra actualidad, aunque una de nuestras referencias esté en un momento muy alejado de la historia. Somos de hoy y de siempre. Tenemos algo muy importante que decir y que hacer hoy, lo cual nos exige saber estar.
¿Cómo ser cristianos hoy? Es una cuestión que ha inquietado a todas las generaciones cristianas porque nunca ha sido fácil vivir en cada época con los rasgos propios de la cultura del momento y, además, no perder la identidad que se remonta a una tradición de dos mil años, a la persona de Jesús que vivió en un lugar y tiempo como vivían la gente de entonces, pero con unos rasgos propios que nosotros tenemos como referencia e identidad común.
Los resultados de esa interrogante han sido muchos y algunos espectaculares. No cabe duda de las muchas cosas que los cristianos hemos hecho en esta historia nuestra, llena también de sombras y de oscuridades.
Las nuevas beatas María de San José y María Candelaria son un ejemplo vivo de haber ocupado cristianamente situaciones típicas de la Venezuela de su momento y buscarles soluciones a problemas sociales, como fueron los hospitales.
Ellos fundaron grandes instituciones para dar respuesta a problemas sociales de sus contemporáneos, levantaron hospitales, erigieron escuelas y universidades para dar formación y promocionar a quienes no tenían medios de pagarse unas instrucciones en su casa. Dirigieron grupos sindicales, fundaron partidos políticos cristianos y sus reflexiones sobre cualquier aspecto humano fueron tan completas que no hay rama de la ciencia que no cuente en su historia con algún cristiano que hiciera aportaciones muy importantes.
Pero las circunstancias históricas han cambiado y los modos de hacerlas también. La cultura todavía es muy celosa de la autonomía que estrenó hace dos siglos y no quiere que los “curas” hagan cosas que puede hacer la sociedad civil o el Estado.
Los mismos cristianos no están dispuestos a ser sencillos colaboradores que ejecutan las direcciones de una jerarquía y dejarse controlar. Hoy todo el mundo, a la vez que trabaja en equipo, quiere tener participación en las decisiones, desea ser escuchado y tomado en cuenta, participar activamente ejerciendo su responsabilidad.
Y a la Iglesia entendida en su jerarquía le cuesta mucho aceptar esa autonomía, ese modo de participación. Pero también a los creyentes les cuesta mucho aceptar que se puede ser miembro de la comunidad sin ser “fiel” y sumiso, tan vacío y oyente. Estamos en un momento de cambio que se inició con el Concilio Vaticano II y que todavía no ha profundizado en nuestras actitudes y mentalidades.
La Iglesia no quiere hacer cosas, no es su misión. No está para sustituir la responsabilidad de nadie, para dirigir los acontecimientos o para acometer grandes realizaciones concretas.
La gran tarea de la Iglesia es el hombre. Formar personas con capacidad y con sensibilidad para actuar sin estar dirigidos, controlados o manipulados. Ser personas adultas que en vez de la fe comunitaria quieran ponerse al servicio de los demás, especialmente de los más pobres, contribuyendo a humanizar la realidad del mundo y aportando soluciones concretas a problemas concretos.
Es necesario adecuarse a la nueva realidad mediante un cambio profundo de mentalidad y de actitudes. Es necesaria la formación que haga crecer en madurez y dé profundidad a las propias convicciones. Nuestro tiempo requiere ser creyentes de otro modo.
No hemos valorado suficientemente la importancia de la formación religiosa, quizás porque la evocación de las antiguas catequesis en forma de doctrina nos han llenado de prejuicios, o porque una fe formada y adulta nos hace más libres, pero también más responsables.
Una comunidad que no se preocupa por la formación profunda de sus miembros no pasará de ser una comunidad dependiente del Pastor en exceso, no será autónoma en sus miembros y, como dice San Juan Pablo II, estará bajo el peligro del fanatismo por la manipulación religiosa y política a la que hoy tenemos tanta prevención.
En estos momentos de tanto conflicto mundial y nacional nos urge tener cristianos católicos bien formados que asuman su responsabilidad, que den la cara por el país, que no tengan miedo de hacer proyectos y ser protagonistas de un verdadero y auténtico desarrollo cristiano basado en el sistema democrático.
+Roberto de Coro
@Monsluckert