REFLEXIONES DEL PASTOR
DOMINGO 05-7-2015
XIV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO
ALERTA A LA PALABRA DE DIOS
Mc 6, 1 – 6
Educación, formación, instrucción y enseñanza son términos que suelen utilizarse indistintamente para definir ese periodo importante de la vida humana que enlaza la niñez con la edad adulta. Y, curiosamente a medida de que el término “educación” ha ido cediendo terrenos a los de formación, instrucción y enseñanza, ha ido desplazándose la educación hasta convertirse en instrucción, en enseñanza, en formación.
Pero no son lo mismo. La educación parte de la persona, en cuanto de ser dotado de ciertas capacidades embrionarias que hay que ayudar a desarrollar. El protagonista es el educando. Y el pedagogo o maestro ha de limitarse a conducir la persona por su camino (que no es el del pedagogo o maestro, sino del propio educando).
Los otros términos, relegando a segundo término al educando, ponen el énfasis en el formador, en el instructor, en el enseñante. Estos son los que disponen del caudal que de algún modo hay que transvasar al educando. Este es contemplado pasivamente como un objeto deforme que hay que “formar” (¡conformar!), como un novato inexperto al que hay que enseñarle (darle una lección), como un conjunto de piezas desordenadas que hay que ordenar (¡instruir!).
El centro de interés se ha desplazado de “lo que tiene que aprender” a “lo que interesa que aprenda”. Y la educación ya no mira al desarrollo de las posibilidades de las personas, sino a configurar a esta según unos modelos preconcebidos. Con lo cual la educación apenas si evita los peligros de una autentica domesticación. El niño nunca llegará a ser el hombre que tiene que ser (el que yace en semillas), sino que será lo que interesa que sea, o se verá imposibilitado de ser otra cosa. El resultado es que la sociedad ya no necesita tanto de las personas cuanto de los títulos de personas formadas, instruidas, es decir, personas conformadas y adoctrinadas. Es lo que pretenden los regímenes totalitarios, fascistas, socialistas, comunistas.
En un contexto semejante se explica la objeción de los paisanos de Jesús: ¿De dónde saca todo eso? No importa que su mensaje sea bueno. Lo que importa es que no tiene unos estudios reconocidos y por tanto no está capacitado para enseñar, aunque de hecho enseñe.
Han pasado muchos siglos desde aquella escena de Nazaret. Tiempo suficiente para que el prestigio de los maestros se haya consolidado. Y para que los “ilustrados” hayan predicado su “Evangelio”. Y todo el mundo espera hoy de la escuela la salvación.
¿Quién se atrevería a poner en tela de juicio los beneficios de la escuela? ¿Quién no vería con buenos ojos que al fin se cumpliera ese postulado de la escuela obligatoria y gratuita para todos? ¿Quién osaría negar que la escolarización de los niños es la mejor inversión para el desarrollo de los pueblos? Ciertamente, muy pocos; posiblemente nadie. Y, sin embargo, lo cierto es que en la escuela solo se enseña aquello que interesa enseñar, que les interesa enseñar a los maestros a quienes se les paga. En la escuela – se dice – se preparan los hombres de provecho, pero, ¿Para quién? Porque la escuela, como sistema de integración en la sociedad, no es más, no puede ser más, que el medio de reproducir la sociedad a la que sirve. Y no de renovarla.
En esta línea sería muy lamentable que nos fuéramos a nuestras casas después de la misa solo con unas cuantas ideas y no con la experiencia de una comunicación. Habríamos convertido nuestra fiesta dominical en una clase y la misa estaría nuevamente al margen de la vida.
+Roberto de Coro
@MonsLuckert