REFLEXIONES DEL PASTOR
DOMINGO 25-10-2015
XXX DOMINGO TIEMPO ORDINARIO
ABRIR LOS OJOS…
Mc 10, 46 – 52
La oración de petición ciertamente es necesaria en nuestra vida cristiana.
¿Rezamos? ¿O el mecanismo de la oración se nos ha oxidado por falta de uso?
¿Conservamos los hábitos de la infancia de rezar regularmente por las
noches? ¿Y la oración de la mañana?
Basta un par de segundos, para tener la conciencia de que Dios está
conmigo en el día que comienza y que puedo confiar en Él, aunque camine por
valles oscuros, nada temo.
El ciego del evangelio de hoy representa un modelo de oración de
petición y de exigencia en la petición.
Cerremos los ojos e imaginémonos que vamos a estar siempre así, sin
percibir ningún color, sin percibir ningún rostro, sin percibir nada. ¡Terrible
y angustiosa situación! Nosotros, sin embargo, sabemos que podremos abrir los
ojos de nuevo; los ciegos saben que nunca más verán. Es mala la ceguera. Tan
mala como es la ceguera física es la ceguera interior. No vemos ningún motivo
para dar gracias por la comida, por el trabajo, por la salud, por los seres
queridos que nos rodean. Somos unos ciegos ateos ante la belleza de la
naturaleza.
Podemos pensar que los padres del ciego harían por su hijo todo lo
posible entonces. Quizá habían gastado su buena cantidad de dinero para curar
su ceguera. Pero todo había sido en vano.
Los padres de Bartimeo y él mismo habían hecho todo lo que estaba en sus
manos. Del mismo modo en la oración de
petición, hay que hacer todo lo humanamente posible, como si Dios no existiese.
Como lo expresa muy bien el refrán castellano: “a Dios rogando y con el mazo
dando”.
El ciego hace un último intento. Jesús es su última tabla de salvación.
Grita insistentemente; un grito que es una confesión de fe: “Jesús, hijo de
David, ten compasión de mi”. No ve muchas cosas que la gente a su alrededor
puede ver. Pero ve algo que los demás no han visto. El ciego ve más que los
apóstoles, que estaban ciegos para ver a Jesús como hijos de Dios. Bartimeo
reconoce en Jesús al Mesías que todos estaban esperando.
Cuando parece que va a lograr su objetivo, cuando está cerca de la meta,
los acompañantes de Jesús se enfadan y lo mandan a callar. El ciego no cede y
grita más todavía: “hijo de David ten compasión de mi”. Un grito que sale desde
lo hondo del alma, como en los salmos: “Dios mío tu eres mi ayuda”. En una
situación análoga nos encontramos en la oración. Unas veces es la tentación
interior, una voz que nos dice: “la oración no sirve para nada; no tiene ningún
sentido seguir insistiendo. ¿Y por qué se va a ocupar Dios de mí?”. Otras veces
las tentaciones vienen de afuera, los colegas que se ríen, con aires de
superioridad cuando hablamos de la oración. ¿Nos rendimos antes de llegar a la
meta?
Quien no se rinde es escuchado. El ciego no abandona. Jesús escucha la
petición del ciego y al ser tenido en cuenta se modifica la actitud del entorno.
Los mismos que le regañaban para que se callara son ahora los que le llaman y
animan: “animo, levántate que te llama”. Soltó el manto, dio un salto y se
acercó a Jesús. De modo sorprendente Jesús lo recibe con una pregunta: ¿Qué
quieres que haga por ti? Bartimeo podría haberle respondido: “dame unas monedas
y te dejo en paz”. Esto hubiera sido lo normal en alguien que estaba pidiendo
limosna; pero Bartimeo se lo juega todo en una carta y defiende la causa de su
limitación: “maestro, que pueda ver”. Y Jesús dice sobriamente: “tu fe te ha
salvado”. No es Jesús quien obra el milagro, sino la fe del ciego Bartimeo. Es
una fe que puede trasladar montañas. La fe del ciego en Jesús supera todos los
obstáculos que se le cruzan en el camino: las personas que querían hacerle
callar y su propia ceguera que le limita. Pero su confianza en Jesús supera todo
y vence. Y en este encuentro logra no solo luz para sus ojos, sino también luz
para su vida. Y siendo consecuente, le sigue en el camino.
Este es un punto en el que tenemos que aprender en la oración de
petición. Ciertamente que pedimos cosas a Dios que no recibimos. Solemos decir
que Dios ve más allá de la primera esquina del camino. Esto suena a frase
piadosa fácil de decir, pero es también la experiencia de muchos orantes. Un
ciego nos muestra cómo debemos pedir. ¿No somos siempre mendigos ciegos? Como
Bartimeo pidamos: ¡Señor que vea!
Ciertamente que el evangelio se puede leer como una prueba de la
fidelidad de Dios que proclama Jeremías. El texto del evangelio muestra de modo
ejemplar las raíces de la fe gira alrededor de tres palabras claves: camino –
fe – ver. Los milagros de Jesús no son acciones mágicas sino curaciones.
Iluminados por Jesús seamos capaces de seguirle. En la convivencia de
cada día, en el trato con niños y jóvenes, en las responsabilidad de la vida
profesional podemos hacer algo mas para que las personas crean y puedan confiar
unas en otras y de este modo fomentemos la fe en Dios como
ayuda para nuestra vida.
+Roberto de Coro
@MonsLuckert