Reflexiones del pastor. Madurez y libertad. Domingo, 17/5/2015

REFLEXIONES DEL PASTOR
DOMINGO 17-5-2015
ASCENSIÓN DEL SEÑOR

MADUREZ Y LIBERTAD
Mc 16, 15 – 20

Ciertamente todos queremos ser libres. Pero, ¿Es posible la libertad? Si no podemos ver nada más allá de nuestros prejuicios, reconociendo nuestros prejuicios; si no podemos amar a nadie más que allá de nuestros amigos, amando a nuestros enemigos; si no podemos vivir más allá de la muerte, aceptando la muerte y viviéndola como acto decisivo de la vida… ¿Es posible la libertad? Porque si los prejuicios, los enemigos y la muerte son barreras insuperables para el hombre, el hombre ya no tiene salida. Y entonces la libertad está detenida, encarcelada, lo cual es una evidente contradicción.


Y siendo esto así, en lo mejor de las hipótesis, digamos, en la mejor de las democracias,  el hombre solo puede ser libre para expresar sus prejuicios y no escuchar los prejuicios de los demás, para reunirse con sus amigos y luchar contra sus enemigos, para vivir sin esperanza. Es decir, el hombre no puede ser libre en absoluto.

¿Quién podrá poner en libertad nuestra libertad? Porque nadie puede crecer y madurar para la libertad si no es antes puesto en libertad. ¿Dónde está, pues, el verdadero Moisés que nos saque de la esclavitud de Egipto? Es decir, de nuestros prejuicios que no nos dejan escuchar, de nuestro egoísmo que no nos deja amar; del miedo a la muerte que mortifica nuestras vidas. ¿Quién abrirá camino para la verdadera libertad?

Jesús es para los creyentes el único que abre camino, el que hace posible el éxodo, la salida de todas las auténticas emancipaciones; pues Jesús es el hombre libre, y solo el hombre libre puede ponernos en libertad. Nacido de mujer, como todos nosotros, asume las necesidades humanas y hasta la misma muerte; pero Jesús muere voluntariamente, porque acepta la muerte como acto supremo de la vida. Nacido bajo la Ley como todo hijo de vecino, Jesús aprende a obedecer; pero eso sí, aprende a obedecer a Dios antes de obedecer a los hombres.

Nacido en Belén de Judá, siendo emperador de Roma César Augusto, muere en Jerusalén bajo el poder de Poncio Pilato; pero Jesús resucita al tercer día. Por lo tanto, Jesús es libre en la peor de las hipótesis, en medio de todas las necesidades naturales y de todos los acondicionamientos sociales. Jesús es libre, a pesar de todo, para anunciar la verdad y denunciar la mentira; es libre para amar a sus amigos hasta el extremo y morir por sus enemigos, y es libre para dar la vida y tomarla de nuevo.

¡La libertad ha sido liberada! Porque Dios ha desplegado su fuerza poderosa en Cristo, “resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no solo en este mundo, sino en el futuro”. En nombre de Jesús, el Señor, podemos caminar ya en libertad, pues “para vivir en libertad hemos de ser liberados” (Gálatas 5, 1).

Jesús ascendiendo al Padre de donde había venido, ha desatado los lazos que detenían nuestro corazón y ha abierto, de una vez por todas, los caminos de una fe que trasciende lo que podemos pensar, los caminos sin amor que nos separan ante el enemigo, de una esperanza contra toda esperanza que no se da por vencida ni tan siquiera en la muerte, que ha sido convertida por la acción de Cristo en desfiladero de la vida. El que cree en la Ascensión de Jesús puede crear ya en la ascensión del hombre, es libre con la libertad de los hijos de Dios.

No tenemos otra misión que la de anunciar a los hombres el Evangelio. Y debemos hacerlo tal y como lo hicieron los apóstoles: dando señales de liberación, es decir, echan de la sociedad todos aquellos demonios que esclavizan al hombre.

+Roberto de Coro
@MonsLuckert​