25-12-2014
NAVIDAD ES UNIÓN
Lc 2, 1 – 14
Lo más desconcertante de los acontecimientos de
violencia que hemos vivido en estos tiempos es la disposición suicida de
quienes cometen atentados. Calificados como psicópatas, algunos expertos
psiquiatras consideran que su psicología fanática, violenta y homicida, está
alimentada por sus creencias en una vida transcendente que les hace esperar una
vida feliz.
Pocos dados a los análisis del fenómeno religioso,
tan complexo e inmerso en una cultura muy crítica y hasta despectiva por lo
religioso, se comentan interpretaciones globales sobre las religiones como algo
que utiliza y manipula a los pueblos, fomenta el odio y la separación hasta
promover esas actitudes fanáticas tan temibles que registran los medios de
comunicación internacionales, nacionales y regionales.
¿A qué punto llegará la desesperación de los
pueblos pobres para ser posible que surjan numerosas personas dispuestas a la
autodestrucción y a extender la angustia entre otros seres humanos?
Lo tremendo no es el carácter puntual de un
acontecimiento aislado al que la crónica de sucesos nos tiene acostumbrado en
nuestras sociedades. Sabemos que nuestra propia cultura provoca la aparición de
desequilibrios e inadaptaciones que se manifiestan con violencia sobre otros.
Lo tremendo es el carácter cultural,
sociológico que se da en algunos pueblos cuyo nivel de sufrimiento,
humillación o desesperación es de tal magnitud que son muchos quienes están
dispuestos a unirse a la larga fila de héroes cuyas hazañas se valoran por el
número de víctimas que causan.
No son unas personas concretas, sino una
sociedad la que se caracteriza por esa psicología de la violencia y destrucción
como medio de reivindicar justicia o paz o derecho al trabajo.
¿Desde dónde se alimenta una cultura así? Quizás
la religión es solo un elemento más en el conjunto de causas que la generan.
Pero si es efectivamente así, hay que reconocer que la religión no es
precisamente una fuerza de resignación, sino la fuerza de la esperanza que el
necesitado encuentra para transformar la realidad, para dar un cambio a la
existencia.
Nosotros los cristianos, que también hemos
utilizado la religión como un arma arrojadiza en muchos momentos de la historia,
basamos nuestro sentido religioso en un niño. Un niño significa y expresa un sentido religioso
que es la promesa de futuro, de vida, de horizonte y reflejo de la fragilidad y
la sencillez con que la que se pretende obtener ese futuro.
Para nosotros el niño que nace en Navidad es el
mismo que muere en Semana Santa para promover vida y esperanza en una humanidad
desesperanzada. No lo hace desde la violencia y la fuerza, sino desde su
identificación con las víctimas y la solidaridad con los excluidos, con los
señalados como malditos.
Él nos trae una palabra, un mensaje que puede
ser la salvación si la aceptamos. Palabra que el Evangelio de hoy presenta en
un doble nivel: palabra trascendente que genera cultura de paz, de sentido, de
libertad y esperanza. Palabra que se traduce en expresiones y valores que están
a la base de nuestra cultura hasta caracterizada aunque solo sea teóricamente.
Palabra que se multiplica en la palabra de amor, alegría, perdón, paz, vida.
Pueden ser solo palabras, pero están ahí como signo de identidad que nos
reclama un acercamiento y una atención para tratar de plasmarla en actitudes y
en estructuras.
Hoy es tiempo de reforzar la cercanía de la
experiencia y del testimonio vital por la desorientación cultural en que nos
encontramos. Si no es tiempo de grandes palabras que parece sonar huecas, es el
momento de la sencillez que las hace permanecer y de las personas concretas que
son las que se erigen en testigos de la verdad de esta palabra.
Una palabra que no es en primer lugar conjunto
de doctrinas ni códigos de normas, sino oferta de esperanza, anuncio de
salvación, veracidad de un futuro mejor, posibilidad de convivencia, invitación
a trabajar por la vida, preocupación por los pobres, sensibilidad con los que
sufren, porque Dios ha venido a convivir con nosotros, ha nacido entre nosotros
y está con nosotros. No estamos solos.
No somos testigos de la ley, de ella fue
portador, testigo y defensor Moisés. Nosotros somos testigos del mensaje de
gracia y de verdad, es decir, conocedores de nuestra realidad humana y personal
que Dios asume con nosotros y nos ayuda a realizar en una sintonía de
solidaridad que Él espera que nosotros repitamos con los demás.
Que la alegría de la Navidad sea contagiosa, que
digamos con palabras lo bien que nos sentimos porque Dios no es un cuento, sino
alguien que vive con nosotros.
¡Feliz Navidad para todos!
+ Roberto de Coro
@MonsLuckert