Reflexiones del pastor. El juicio final. Domingo, 16/112014

REFLEXIONES DEL PASTOR
DOMINGO 16-11-2014
XXXIII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO 

EL JUICIO FINAL
Mt 25, 14 – 30

Hace muchos años, acaso no tantos con ocasión de las santas misiones que se predicaban por todos los pueblos con el fervor misionero de los padres redentoristas, solía hablarse del juicio final en términos verdaderamente dramáticos; sin saber por qué se lanzaban las verdades eternas como una especie de artillería pesada para forzar la rendición incondicional de los más recalcitrantes y duros pecadores.

Hoy se escuchan, a veces, voces aisladas que lamentan el olvido de las verdades eternas en la predicación, sin que se sepa si se lamenta la ausencia de aquella oratoria tremendista o el silencio acerca de las verdades eternas. Más bien parece lo primero, puesto que las verdades eternas siguen animando la predicación, aunque se hace, eso sí, en otro tono más en armonía con el evangelio. Porque las verdades eternas también son evangelio. Y son eternas porque su validez no se reduce únicamente al futuro, sino que implican también el presente.

Situar el juicio final sin más trascendencia que el de un ajuste general de cuentas es anecdotizar el contenido de la fe, minimizar su alcance y alinear al creyente. Creer en el juicio final no es saber que un día se celebrará un juicio por todo lo alto, en el que todos nos enteraremos de la vida y milagro de los demás. Tal actitud contraviene la esperanza en la justicia de Dios, degradándola a un chismorreo universal.

Creer en el juicio final es creer ya que el hombre, todos y cada uno, por insignificante que nos haga la magnificación actual, tenemos que responder de la vida, de los talentos. Es estar convencidos firmemente de que somos responsables, de que no podemos desatendernos de la vida y refugiarnos en “vivir nuestra vida” al margen y sin tener en cuenta a los demás.

Creer en el juicio final es estar persuadido de que no podemos tener la conciencia tranquila y “lavarnos las manos” cuando nos interesa no comprometernos. Porque el que como Pilatos se lava las manos es un irresponsable. Y no podrá presentarse con las manos limpias en el gran juicio de Dios.

La parábola de los talentos que escuchamos en el Evangelio del domingo es también una advertencia que Jesús hace a su Iglesia; mucho es lo que le ha dado y lo que nosotros hemos recibido; pero ¿qué hacemos con todo eso?, ¿qué hacemos con el Evangelio? Porque el Evangelio es palabra pública y luz para el mundo.

No podemos enterrarlo en un hueco, no podemos guardarlo en un depósito, no podemos encadenarlo. Tenemos que darle curso y hacer que penetre en el mundo como una fuerza de renovación. 


+Roberto de Coro
@MonsLuckert