Reflexiones del pastor. La esperanza. Domingo, 9/11/2014

REFLEXIONES DEL PASTOR
DOMINGO 9-11-2014
XXXII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO

LA ESPERANZA
Mt 25, 1 – 13

Dado que no se conocen bien las costumbres nupciales judías en los distintos tiempos y lugares, podemos pasar por alto supuestos detalles. El hecho central es que entre las jóvenes que deben esperar al novio, hay algunas despistadas que no han pensado que este puede tardar y llevan poco aceite para que sus lámparas permanezcan encendidas. ¿A quién se le ocurre no prever una cosa así sabiendo que en las bodas son frecuentes los retrasos? Hay que ser conscientes del momento.

La fidelidad al Señor no es cuestión de unas horas, sino de toda la vida. Necesitamos proveernos de aceite que nutra la llama de nuestra fe para que la rutina, el aburrimiento, el cansancio y el desencanto no la apaguen. Se trata, además, de un aceite que es personal e intransferible. Hay que mantener la agudeza visual suficiente para descubrir por donde aparece el Señor en medio de lo que parece ser noche oscura.

A todas las generaciones de cristianos les ha afectado de algún modo la duración de la espera. La desilusión puede hacer que nos preguntemos explícita o implícitamente cuándo van a cambiar las cosas. Desencanto es una palabra que pretende describir una de las características de la posmodernidad y queramos o no estamos afectados por ella. La velocidad de la vida actual concluye a que nos aburra lo que permanece un poco de tiempo en nuestra retina. Esa falta de la más elemental fijación no es solamente un problema para los pedagogos que encuentran serias dificultades para mantener en los alumnos una mínima constancia y atención, lo es también para el creyente. Precisamos novedades y cambios rápidos aunque sean fuegos de artificios, pero nos invade el desánimo al comprobar que apenas cambia el fondo de la realidad, aunque las normas lo hagan ahora con más frecuencia.

Merecía la pena tanta ilusión por una Iglesia posconciliar, ¿qué lejos está ya el Concilio o por una sociedad más justa para llegar a dónde estamos? ¿Pues todo una movida propia de adolescentes sudorosos soñadores? No sería de recibo que al venirse abajo nuestros proyectos concretos, abandonásemos el trabajo por el Reino y nos durmiésemos en una espera somnolienta y pasiva.
Indicaría  que nuestras lámparas se habían quedado sin aceite. Seguramente creíamos que todo era más fácil, que el esposo tardaría poco. La historia al igual que estas parábolas evangélicas nos dicen que los cambios sociales profundos son lentos y afloran cuando menos lo esperan.

Las cinco jóvenes poco previsoras reciben una dura sentencia condenatoria sin haber hecho nada malo. Ni siquiera maltrataron a los criados  como al mayordomo infiel. Nos encontramos aquí con el tema clásico de la omisión y la neutralidad. El teórico “no hacer nada” es también una manera de hacer el mal. Algo así como el negar auxilio en carretera. Es no dar de comer al hambriento, es no vestir al desnudo.

La neutralidad no existe. Todos estamos siempre comprometidos. Lo importante es saber con qué o con quién. ¿A quién beneficia, de hecho, el neoconservadurismo posmoderno? Solo a quienes las cosas les van bien, les interesa que no cambien más que en apariencia. Es evidente que la transformación de las estructuras y el cambio de sistema pueden dar de comer al más hambriento que la pequeña beneficencia. Es necesario parar la máquina que fabrica pobres. No cabe duda tampoco de que una Iglesia más evangélica, corresponsable y operativa contribuiría no poco a este mundo más fraterno. ¿Vamos a abandonar la espera activa del Señor simplemente porque nos damos cuenta de que la tarea es más larga que lo previsto por nosotros?

Carguemos las pilas, repongamos el aceite y sigamos. El esposo aunque parece tardar está ya viniendo.

Dios nos ha llamado. Él se vuelve hacia cada uno de nosotros en particular y nos dice: a ti te he nombrado, a ti te he elegido para hablar de mí en el mundo con tu propia vida. Y no puede ser representado por nadie, desde ahora, tú eres el propio responsable de tu vida, de nada podrás echar la culpa a otro, de nada te servirá invocar la responsabilidad de los demás y si en un momento determinado no estás dispuesto  a responder de ti. El lugar de tu responsabilidad en este mundo no puede ser ocupado por ningún otro.

Se nos ha dado tiempo para merecer, como decimos en la vida corriente. Se nos ha dado tiempo para ocupar el puesto de nuestra responsabilidad: ese puesto personal e intransferible. Se trata de responder a la llamada, a la invitación, a la expectativa de un Dios que crea al hombre por amor para que sepa amar.

Es evidente que lo que pase en este mundo es de nuestra incumbencia, cae de lleno en nuestra responsabilidad. Por eso, trabajar como se pueda y en lo que se pueda por cambiar todo aquello que no está de acuerdo con el Reino de amor y de justicia al que hemos sido convocados es el objeto de nuestra responsabilidad, es el contenido de la respuesta que se nos pide. Es la exigencia que el Papa Francisco nos dice en cada uno de sus mensajes.

+Roberto de Coro
@monsluckert