Reflexiones del pastor. Hagamos fructificar la semilla. Domingo, 13/7/2014

REFLEXIONES DEL PASTOR
DOMINGO 13-7-2014
XV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO

HAGAMOS FRUCTIFICAR LA SEMILLA
Mt 13, 1 – 23


Un peligro consecuente con nuestros prejuicios históricos y educativos es querer  entender la Biblia, sobre todo el Evangelio en clave moral. Querer sacar una conclusión y aplicación práctica inmediata como guía de conductas y comportamientos, como si la urgencia estuviera siempre en saber y decir lo que hay que hacer.


Tanta preocupación moral ha hecho que el cristianismo asumiera la función histórica de ser el referente  moral, la Iglesia apareciera como la maestra de moral, y el Evangelio como un mensaje moral y Jesús como la autoridad moral. Los fieles, en consecuencia, han entendido que ser cristianos es cumplir mandamientos, y los curas, lógicamente fieles a su sentido moral, han convertido la homilía en sermón y la pastoral en vigilancia de las costumbres sociales.

Del Evangelio se ha querido sacar una enseñanza moral práctica, y a los fieles se les ha instado para que la aplicaran. Tanta ha sido la preocupación moral que los textos debían leerse con esta intención, lo que obligaba a buscar interpretaciones ajenas y forzadas, extrañas al Espíritu, al texto y al autor.

Un fruto de los textos más utilizados era precisamente este de hoy por su referencia a dar frutos por parte del oyente de la Palabra, y como si el oyente fuera el encargado de dar  fruto y no fuera él mismo el fruto de la Palabra.

En una homilía tradicional tendríamos que decir que el Evangelio de hoy nos invita a producir frutos como consecuencia de una buena lectura, de una buena escucha. En una homilía distinta debemos decir que si preparamos bien la escucha, la Palabra penetra en nosotros y ella se encarga de producir frutos, porque los frutos no son nuestros, sino suyos.

Es la Palabra la que dentro de nosotros va trabajando y transformando nuestro interior a poco que la acojamos, de ese interior acogedor de la Palabra brota una manifestación de la fe: fecundidad que es la Palabra misma transformada y transformadora.

Como la semilla crece en el interior de la tierra, aparece en el exterior, la cubre, la protege de la inclemencia y la erosión, le da calor y le añade nuevos ingredientes que le aumentan la capa orgánica haciéndola más acogedora, así ocurre con el Evangelio y con la Palabra de Dios.

La clave de esta interpretación nos la da la cita de Isaías que denunciaba la actitud impermeable de algunos y su correspondiente incapacidad para abrirse a un mensaje que no fuera el que ellos querían oír.

Lo mismo le ocurre a Jesús con algunos de sus contemporáneos, que en lugar de acoger y pensar sus palabras se dedicaban a utilizarlas en lo que ellos querían o a criticarlas desde las posiciones previamente asumidas. La palabra como la lluvia, el sol o la semilla va dirigida a todos. Los discípulos de Jesús son los oyentes, los que preparan su interior para acogerla y no piensan en utilizarla, sino en dejarse impregnar para que vaya surgiendo lo que ella encierra, la buena cosecha que cambia el paisaje, el fruto que es la misma semilla multiplicada.

El oyente, como la tierra, no hace sino prestarse a ser un elemento multiplicador que como el micrófono o el altavoz no son la palabra, pero la aumentan para que llegue al instante más lejanos en niveles de audición. Si el micrófono interfiere, la palabra se distorsiona y provoca un rechazo en quien atiende al altavoz.

La Palabra es buena noticia. Esa es la actitud en la que se encuentra actualmente nuestra cultura; por una parte sigue manifestando su gesto de desagrado por las formas en que le llega la palabra y sigue empeñada en su rechazo, cuando por otra parte ella y toda la creación está ansiosa y expectante aguardando la manifestación de los hijos de Dios. Pero si nos manifestamos más como guardianes temerosos del asalto al orden o a la ortodoxia como hijos dichosos por la suerte familiar que nos ha tocado, no contribuimos a preparar la tierra para acoger la palabra.

El Evangelio nos invita a la escucha de su mensaje para disfrutarlo, no para su cumplimiento. Desde su disfrute es como nos pondremos en disposición de saber comunicarlo a un mundo hambriento para alimentar su necesidad de buenas noticias y de esperanzas, pero quizá los cristianos debemos redescubrirlo primero, entenderlo, darle tiempo a la semilla para que crezca dentro y se manifieste fuera ella no nosotros.

El mundo está cansado de estos cristianos ya demasiados vistos y viejos, pero necesitados de otros, renovados, en cuya tierra crezca una cosecha nueva primaveral y radiante. Quizá el problema de la evangelización del mundo esté hoy en nosotros, en nuestra forma rutinaria de escuchar, entender, hablar y celebrar.

Si ha sido una celebración que ha renovado nuestra esperanza y nos ha devuelto un poco de confianza y fuerza vital, no la guardemos solo para nosotros. Otros muchos en nuestros ambientes necesitan una palabra que les aporte sentido, que les abra a la esperanza y les invite a un amor que es fuente de vida para los necesitados del mundo.

Venezuela necesita que nosotros los cristianos animemos la esperanza del pueblo, es un hermoso país, rico país y su gran riqueza está en los venezolanos, una población donde más del 70 % es menor de 30 años.

Ojalá muchos países de la cristiana Europa tuvieran esa fortaleza y ese vigor que tienen los países de América Latina y especialmente su población, por eso hagamos que la semilla penetre en nuestro corazón y la escuchemos, la meditemos y la afloremos en fruto.

+Roberto de Coro
@MonsLuckert