DOMINGO 8-6-2014
DOMINGO DE PENTECOSTÉS
EL ESPÍRITU DE CONFUSIÓN
Jn 20, 19 – 23
Cada día nos encontramos con mayor dificultad para entendernos. Lo experimentamos en todos los niveles familiares, generacionales, laborales, económicos, políticos, eclesiales…; esta dificultad viene desde un tiempo muy antiguo, desde los tiempos de Babel. Entonces los hombres ya no se entendían y, lo que es peor, ya no se querían; y sin amor es imposible el entenderse. Empezaron a querer las cosas en vez de las personas, a ser muy amantes del tener, del poder, de dominar a los otros, y así nacieron las guerras y las muertes violentas.
Somos descendientes de esta humanidad, y parece que la línea de la incomprensión continua y, en ciertos ambientes, ha avanzado todavía más. Cada pueblo habla su propia lengua. Cierto que esto es legítimo, pero estamos tan encerrados en nuestros propios intereses que nos incapacita para comprendernos, aunque usemos las mismas palabras y los mismos gestos. Estos reduccionismos particularistas e interesados nos conducen a ver a los otros como extraños, más aún, como enemigos de nuestros propios intereses y, por tanto, en vez de comunicarnos, nos defendemos y nos atacamos.
Expresamos con orgullo que hemos progresado mucho en la gran tecnología. No cabe duda de que esto es así, pero también hemos avanzado en el arte de matar más sutilmente. Muertes debidas a guerras declaradas. Y las no declaradas, que a veces matan más, como la injusticia institucionalizada y sistematizada. La violencia de peores consecuencia es la que genera la economía, es decir, la que provoca el mercado y el sistema capitalista, convertido en el gran ídolo de nuestro mundo. Este ídolo lleva consigo la opresión de la dimensión espiritual de las personas a reducir la vida a lo económico. Su situación es la experiencia de una existencia desnuda, vacía despojada de ilusión, encerrada en una especie de caparazón protector, que le quita valor a todo lo que no redunde en interés propio. El ser profundo del hombre, su capacidad de soñar y aspirar al misterio, a lo trascendente, está brutalmente reprimido.
Para disimular esa profunda inseguridad y cubrir su desnudez y pobreza existencial se le estimula a rodearse de cosas externas a su propio ser, llegando a confundir lo que se tiene con lo que se es. Más aún, llega a creer que es más porque se tiene más y ostenta estúpidamente sus cosas, como si ellas fueran él mismo, con el fin de ser apreciado por lo que tiene no por lo que es.
Este tipo de hombre es muy difícil de librar, ya que se le ha acostumbrado a que se vive mejor y más seguro encarcelado. Para ello se ponen en juego todos esos mecanismos de miedo a fin de que no se lancen por el camino de la liberación, y en su sustitución se le ofrecen cosas a consumir y todo el esplendor de la actual Babel, que no solo lleva en si la confusión, sino la marginación y la opresión de las personas como personas, ya que la persona en cuanto tal no pinta algo, solo cuentan sus cosas y su utilidad. ¿Cómo liberar a este hombre al cual se le ha acostumbrado a estar encarcelado como único ámbito posible? Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que solo lo puede cuestionar la alternativa del testimonio – contraste de la comunidad creyente que ha experimentado la liberación gracias al espíritu del resucitado.
La misión que encomendó el Padre a Jesús es también la que nos encomienda a nosotros. El Espíritu nos envía para que demos testimonio del amor de Dios, manifestado en Jesús; para que expresemos ese amor especialmente con los pobres, para que luchemos por la libertad y nos comprometamos en la liberación de los oprimidos por la injusticia. Es nuestra exigencia cristiana y para ello el Señor nos regala la fuerza y el vigor del Espíritu Santo.
+Roberto de Coro
@MonsLuckert