DOMINGO 01-6-2014
ASCENSIÓN DEL SEÑOR
ASCENSIÓN Y MISIÓN
Mt 28, 16 – 20
A los cuarenta días de la resurrección, cuando los testigos - los discípulos - estaban convencidos y preparados para hacerse cargo de la misión de Jesús, Él subió al cielo. El que había descendido del cielo para hacerse hombre, el hijo del hombre que se había rebajado a la condición de esclavo muriendo como un malhechor, el que había bajado hasta los mismos infiernos es ahora encumbrado a lo más alto del cielo, a la derecha del Padre.
Con Jesús sube al cielo la mirada de sus discípulos y los ojos de todos los cristianos. En Jesús, en el cielo, está nuestra esperanza porque ese es nuestro destino. Porque también nosotros hemos salido del Padre por el santo bautismo y al encuentro del Padre se dirige nuestra vida. Eso es lo que el apóstol Pablo pide para los Efesios que se dan cuenta de la gran esperanza a la que están llamados, que confíen absolutamente en el poder de Dios que resucitó a Jesús y se lo llevó a su diestra como nos llevará a nosotros.
Jesús no se va, simplemente cuenta con los hombres, con nosotros. Nos ha elegido y nos envía a todas partes con el encargo de continuar su obra, somos su cuerpo, su Iglesia y la misión es anunciar al mundo entero la buena noticia, la resurrección y la ascensión al cielo. La resurrección, para contrarrestar los estragos de la mala noticia de la muerte y de todo cuanto mortifica la vida. La ascensión, para que a pesar de todo la esperanza de la vida eterna y feliz nos ayude a mantenernos firmes en esta vida a veces difícil. Es urgente que todo el mundo sea evangelizado, que se entere de esta noticia, para que nadie pierda inútilmente la vida viviendo sin esperanzas.
El Señor va al cielo para enviarnos su espíritu, el paráclito, el Espíritu Santo, que nos ayudará a comprender las escrituras y nos confortará en el desempeño de la misión que nos ha sido encomendada. De este modo la presencia de Dios en el mundo, y en lo más hondo de nuestros corazones, sigue por el Espíritu que nos ha sido dado y que nos capacita para considerarnos y ser hijos de Dios. No hay, pues, en la ascensión del Señor ningún elemento que pueda inducirnos a pensar en abandono o huida o silencio de Dios. Por el contrario, como Jesús mismo advirtió a sus discípulos, es conveniente que me vaya. Porque es conveniente que la voluntad de Dios se cumpla cabalmente. Y esa voluntad sigue siendo la de estar con nosotros.
La ascensión del Señor supone para Jesús resucitado la liberación de las limitaciones del cuerpo mortal. Ahora así, ahora puede estar y está con nosotros, con todos nosotros y en todas partes. Ya no está solo en Betania, en Belén o Jerusalén. Está en todas partes por su espíritu. Está con nosotros cada vez que nos reunimos para celebrar la eucaristía como lo reconocemos al saludarnos: “el Señor está con vosotros”. Está con nosotros, porque lo tenemos al alcance de la mano en el prójimo, en el que nos necesita, en el que sufre, en el oprimido injustamente. Está con nosotros en nuestra intimidad por la gracia. Esa es nuestra fuerza.
Jesús ha cumplido su misión. Ha subido al cielo y está a la derecha del Padre. El cielo es también nuestro destino. No olvidemos nunca. Pero por ahora tenemos que cumplir la misión: anunciar el evangelio al mundo entero.
+Roberto de Coro
@MonsLuckert