DOMINGO 20-4-2014
DOMINGO DE PASCUA
CRISTO RESUCITÓ
Jn 20, 1 - 9
Mis queridos amigos: ¡Felices Pascuas de
Resurrección! Hoy no puedo limitarme a reproducir
literalmente el mensaje pascual de los evangelios, sino que debo proclamarlo
como algo nuevo. La Iglesia primitiva no narraba la resurrección, sino que la
proclamaba. La cuestión de qué ocurrió exteriormente la mañana de Pascua es
algo ajeno al interés de los evangelistas. La resurrección de Jesús no
tiene ninguna semejanza con la reanimación del cadáver de aquel Lázaro que, con
el tiempo volvió a morir.
No es un fenómeno externo
fotografiable ni un milagro entre otros. Al decir Santo Tomas: “los apóstoles
vieron con los ojos de la fe la resurrección de aquel que antes ellos mismos,
con sus ojos de la cara, habían visto morir en la cruz”. Todas estas advertencias
sirven también para la Ascensión, ya que se trata de otra forma de describir la
misma expresión pascual de Cristo glorioso. Otro dato importante es que no
se describe la resurrección misma, sino lo que aconteció después. La
resurrección como tal no se puede observar y trasciende toda descripción. Nadie
fue testigo en el momento mismo en que esta se produjo. No se trata de
testimonios sobre la resurrección como acontecimiento, sino sobre el resucitado
como persona.
María Magdalena es en el evangelio de Juan el
prototipo de los que buscan a Jesús y no podrán ya encontrarlo en su forma
anterior, sino en su nueva situación de resucitado. El testimonio más antiguo
que poseemos es el del Apóstol Pablo en la Primera Carta a los
Corintios 15, 3 – 8. Para él, la resurrección de Jesús es un tema esencial de
tal modo que sin ella la fe no tiene sentido. El apóstol no se apoya en el
sepulcro vacío, sino en las manifestaciones de Jesús glorioso.
Pero si hoy celebramos la resurrección del
Señor como la principal fiesta del calendario cristiano es, sobre todo, por las
consecuencias que conllevan para toda la humanidad. Si hay alguien que,
tras su muerte, realmente ha pasado a otra dimensión, significa que la realidad
última no es la nada: la muerte no es lo absolutamente último. La resurrección
de Jesús concierne al hombre de tal manera más trascendental posible. Es una realidad que descubre la cara
oculta de la muerte y abre los horizontes cerrados de la historia humana
colocándolos en la plenitud, en la felicidad total, en un indescriptible “ser
más”.
Los textos bíblicos hablan de “vida eterna”,
el lenguaje popular lo traduce como “el cielo”. El cielo no es algo
físico ni metafísico: Dios y el cielo son hechos idénticos. El interés por
la tierra no puede desconectarse de ese cielo, del mismo modo que el interés
por ese cielo no justificará nunca el desinterés por la tierra. En modo alguno
podemos dejar al cielo “para los pájaros”, so pretexto de compromiso con la
tierra. Tal vez, alterando la frase del gran fundador del comunismo Marx, podríamos
decir que hasta ahora se ha transformado el mundo y que ahora debemos
interpretarlo. La velocidad de los cambios actuales recupera con más fuerza la
pregunta por él a dónde vamos. “Creo en la vida del mundo futuro”, enuncia una
certeza del futuro no basado en la investigación sobre él, sino en la
esperanza de ese futuro.
Creer en la vida eterna significa que yo me
fío con confianza razonable. Fe ilustrada y esperanza probada de que un día
seré plenamente comprendido, liberado de la culpa y definitivamente aceptado y
ahora puedo vivir sin angustia, y de que mi enmarañada y ambivalente
existencia, como en general la ambigua historia de la humanidad,
adquirirán una transparencia definitiva y la pregunta por el sentido de la
historia, recibirá también definitiva respuestas. Creyendo en la vida eterna,
puedo trabajar con tanto sosiego como realismo por un futuro mejor, por
una sociedad mejor, incluso por una Iglesia mejor en paz, libertad y justicia,
sin caer en el terror de los violentos “benefactores del pueblo”, y al mismo
tiempo saber fuera de toda ilusión, que todo eso debe perseguirlo siempre el
hombre, pero nunca realizado plenamente.
Independientemente de nuestro universo sea
finito o infinito, en el espacio y en el tiempo, la pregunta sobre él para qué
existe todo lo que existe, se plantea de todos modos ¿A dónde va todo?
¿A dónde: va la humanidad? ¿A dónde voy yo mismo? El hombre sigue
buscando su sentido, sigue anhelando su felicidad total. A los cristianos
toca presentar las respuestas con un lenguaje accesible a los hombres de
nuestro tiempo.
Jesús como primogénito de entre los muertos es
el prototipo del hombre y su destino final. En su
resurrección no se ventilan sucesos míticos de dioses o hijos de dioses, ni
salvaciones esotéricas, ni sueños humanos, sino algo que atañe profundamente a
cada hombre: la posibilidad de la plenitud humana, la felicidad, el
sentido del amor y del sacrificio. El tema de Shalom bíblica entronca
“perfectamente” con este tiempo pascual. Si hubiese que celebrar el día de la
esperanza humana de felicidad, la fecha indicada seria la Pascua. Por eso es la
fiesta de las fiestas, el día de la alegría, y por lo tanto del compromiso
serio en favor de la vida.
La resurrección de Jesús no sitúa ante nuestra
propia resurrección. Dios se compromete a la plenitud del hombre. Esto no nos
coloca en una actitud de espera pasiva, sino que, por el contrario, es el
motivo más fuerte para amar la vida, potenciarla y disfrutarla.
¡Feliz Pascua de Resurrección para todos!
+Roberto de Coro
@MonsLuckert