Reflexiones del pastor. La evangelización. Domingo, 15/12/2013

3er domingo de Adviento
LA EVANGELIZACIÓN
Mt 11, 2   – 11

Hace quince días terminamos el Año de la Fe programado y decretado por su Santidad Benedicto XVI, Papa Emérito.

Nunca como en nuestra época se han hecho preguntas tan comprometidas y tan directas sobre la fe en Dios a los que la practican. O quizá con respecto a otras épocas, nos pase esto desapercibido desde que se acabaron los escritos de aquellos Padres de la Iglesia en los primeros siglos.

Lo cierto es que los últimos decenios se ha dicho todo y sin remilgos, lo que puede y debe ponerse en jaque la fe de los creyentes interpelando las circunstancias, interpelan los no creyentes, interpelan los enemigos… en fin, dentro mismo de la Iglesia se levanta una y otra vez la voz que pone entredicho lo que no es coherente con el amor del amor de Dios revelado en Jesús.

Los cristianos estamos oyendo constantemente (y en esto no ha habido pausa en la historia) lo que tenemos que creer, y en nuestros días, hay mayor insistencia en recordarnos lo que tenemos que hacer.
Y es que la palabra del Magisterio, se une a la palabra del  mundo desde muchos puntos de vistas. Un mundo que, cada vez más sensible a su falta de humanidad y de justicia, reclama  la colaboración de quienes parecen que debieran ser especialistas en aportar eso que falta: esas carencias humanas que pueden tener muchos nombres.

En esto estamos los creyentes, cuando nos damos cuenta de que con frecuencia debemos preguntarnos por nuestra misión: ¿Cuál es nuestro papel en la sociedad precisamente como cristianos? Era la gran pregunta que se hacia Benedicto XVI al inicio de este año de la fe que acaba de terminar.
Y una y otra vez tenemos que volver a repetirnos eso; que creer es una misión, una tarea, un quehacer, un compromiso no solo con nosotros mismos y con Dios, si no también con todo el mundo, con ese mundo del que  obviamente también nosotros somos parte.

Esta cuestión se alza más apremiante ahora toda vez que desde cualquier parte estemos acusando a nuestra cultura, a nuestra organización social, a nuestra época, a nuestra forma de vida… de “individualistas”, y esto es, de “encerradas en sí”, de “egoístas”.

Los economistas no ortodoxos acusan al capitalismo de trasnochado y egocéntrico y previenen de que hoy este mundo, se salva entero o no se salva en absoluto... Es un ejemplo.

Pero algo así pasa con los profetas – no economistas, ni sociales, ni políticos… - nos preguntan de vez en cuando si tratamos de llevar adelante nuestra misión, nuestro anunciar el evangelio, nuestra construcción del Reino de Dios. Y si ponemos todas las piezas necesarias en esa construcción. Y así, consideramos que la salvación no se consigue para cada uno en solitario; porque no existe la fe individualista.

La autentica evangelización misionera exige un precio. Para ser creíble y servir de algo a la gente comporta una serie de exigencias en la manera de vivir y de actuar de los cristianos, en la forma de ser y de hablar de la comunidad...

Efectivamente, la evangelización – si lo es de verdad – ha de costarnos: fuertes renuncias, una clara superación de ciertas ambigüedades y una opción clara y decidida por las bienaventuranzas.
Es muy importante que no convirtamos estas semanas de Adviento y Navidad en una rutina religiosa o en mera devoción temporal.

Se nos invita a que nos hagamos conscientes de que Dios nos esta llamando, Dios nos llama siempre y estemos atentos - ¡siempre vigilantes! – a la marcha de nuestra vida.

Reconocer nuestras actitudes y nuestra conducta debiéramos hacerlo no con sentido individualista, sino atentos a la marcha del mundo, de nuestra sociedad venezolana, del entorno más inmediato a nosotros… o sea, en sentido comunitario, demostrando que ejercemos nuestra responsabilidad  cristiana.

La fe no da lugar al aburrimiento o a la desilusión, es comprometerse con la Palabra – Jesús -  para activar la llegada de una mayor felicidad para todos los hombres. Uno puede conformarse con él “esto está mal, ya no da más de si…” o ponerse a colaborar con los que quieren un mundo nuevo para todos. Se trata  un opción que nos define ante Dios, ante los demás, y antes nosotros mismos. 

Un cristiano no puede ser conformista. Un cristiano no puede vivir su fe de forma individual, el cristiano debe ser solidario y responsable de su gravísimo compromiso de ser anunciador del Evangelio a través de su testimonio.

+Roberto de Coro
@MonsLuckert