Reflexiones del pastor. Escondo mi vergüenza. Domingo, 15/2/2015

REFLEXIONES DEL PASTOR
DOMINGO 15-2-2015
VI DOMINGO TIEMPO ORDINARIO

ESCONDO MI VERGÜENZA
Mc 1, 40 – 45

El vanidoso se compara a un pavo real. Ya que el pavo, cuando ve lo más feo que hay en su cuerpo, recoge lo vistoso de su plumaje, de su cola para cubrirlo, y así se comporta el vanidoso cuando les señalan sus defectos.  Pensamos que esa observación puede hacerse extensiva a la sociedad moderna, la cual se siente orgullosa del progreso y esconde a la vista de los ciudadanos y visitantes la vergüenza de los pobres, de los marginados. Solo en este caso hay una diferencia a favor del pavo, y es que este no es culpable en modo alguno de su vergüenza.


La primera lectura y el Evangelio de este domingo nos hablan de la triste condición a la que estaban sometidos los leprosos en la sociedad antigua de Israel. Nos informan de costumbres que a nosotros, hombres modernos y civilizados, nos pueden parecer crueles en exceso y en cierto modo supersticiosas. Pues la lepra no se cura abandonando a los afectados de ella y arrojándolos de la comunidad, ni tiene que ver con la culpa o el pecado de los enfermos. No lo advertimos que en aquellos tiempos y en circunstancias se podría tratar así a los leprosos por razones de salud pública y que no contábamos con medios para curarla.

Pero Israel no producía la lepra. En cambio la sociedad moderna, el sistema económico que lo sostiene es la causa de la marginación injusta. El hambre, la gente sin trabajo, la escasez de medicamentos, las rancherías en los barrios marginales, la delincuencia, la violencia… no son lacras que afectan indiscriminadamente a todas las clases  sociales. No son como las enfermedades, e incluso estas suelen ser males añadidos con mayor frecuencia a la condición de los marginados por la sociedad. De la misma manera que todo proceso de producción tiene al final sus residuos o desechos, su basura, así ocurre en nuestra sociedad: no puede producir el bienestar para unos sin producir a la vez la marginación y otros muchos.

Por eso la marginación es el punto oscuro del sistema y la clara manifestación de sus internas contradicciones. Más todavía los marginados contribuyen a su manera al bienestar de los integrados: en un sistema basado en el lucro es preciso que la oferta sea siempre menor que la demanda de los bienes deseables o necesarios, que el número de satisfechos sea menor que el de los insatisfechos, lo que hace preciso que haya siempre quienes no tenga ni lo más imprescindibles. Los marginados contribuyen así con su existencia a un desequilibrio necesario que es vivencial en el país en el cual actualmente vivimos los venezolanos.

La marginación injusta coloca a la sociedad venezolana al margen de la justicia. Por lo tanto, la marginación es como el signo negativo que coloca delante del progreso, cambia el valor y el sentido de ese progreso, lo convierte en regresivo. De modo que a mayor progreso material, mientras exista la marginación, mayor es la injusticia en nuestra sociedad.

La marginación es un pecado colectivo. Pero es también a la vez como un rito de purificación o disculpa social de ese pecado. Al echar fuera de la sociedad a los menos favorecidos proyectamos en ellos nuestras culpas, nos disculpamos, destruimos en su carne doliente nuestro propio pecado. Vemos pues que se trata de una superstición mucho mayor que la practica en Israel con los leprosos al declararlos impuros.

Todas las obras de caridad, toda la asistencia social, todo lo que hagamos después en favor de los marginados es pura hipocresía. Es como una segunda disculpa que tampoco resuelve algo. Es recoger las plumas para ocultar nuestras vergüenzas ante nuestros propios ojos, como el caso del pavo.

Debemos acabar con la causa de la marginación: un día se acercó a Jesús un leproso. Y Jesús, contraviniendo las leyes y costumbres de su pueblo le tendió la mano, lo curó y le dijo: “no se lo digas a nadie, pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote…”. Con este gesto de solidaridad, con este gesto contra el sistema. Jesús entraba en comunión con los marginados.

Hoy se anuncia en las Iglesias este Evangelio para que conste a los sacerdotes que no hicieron algo para curar la lepra y estuvieron preocupados por la pureza cultural y la “decencia” pasando de largo y dejando en su camino al hombre  molido a palos, en vez de mancharse las manos cuando era preciso conservar la pureza del corazón y la justicia. Para que conste, también contra los nuevos sacerdotes que practican el rito del progreso indefinido, sacrificando en aras de ese progreso de unos y aunque estos sean los más las víctimas del desarrollo… Para que conste contra unos y otros.

Pero hoy se predica este Evangelio sobre todo para comprometer a los cristianos de buena voluntad, para que estos se decidan al fin a tender la mano a los marginados. No, claro está, la mano de la limosna barata, sino la mano de una autentica reconciliación. Y ya sabemos que tender así la mano es levantar la mano contra un sistema que produce la injusticia.

El amor al prójimo es el mandamiento principal y primero de los discípulos de Jesús. Este mandamiento no solo está por encima de cualquier ley, sino que se opone directamente a todas aquellas leyes humanas que discriminen, marginen y alejen de la sociedad a un grupo o clase de hombres. Sin embargo, todos conocemos una suerte de “caridad” que supone y perpetúa el hecho de la marginación. El auténtico amor al prójimo está también en contra de esa mal llamada caridad de pacotilla.

+Roberto de Coro
@MonsLuckert