REFLEXIONES DEL PASTOR
DOMINGO 14-12-2014
III DOMINGO ADVIENTO
FELICES
Mt 11, 2 – 11
Cuando a Jesús los discípulos de Juan le pidieron que se identificara, Jesús presenta como carné de identidad sus signos de misericordia liberadora y sanativa. Lo mismo que Dios en el fondo se define como el que ve y oye, el clamor y el grito de dolor del pueblo, como el que devuelve al oprimido la libertad y la vida; así Jesús se define como el que se compadece de las miserias humanas y se acerca para curarlas.
No era fácil entender el modo de actuar de Jesús, ni siquiera para Juan, que mandarle recado, proponiéndole una pregunta revela su propia indecisión. Estas dudas de Juan eran propias del ambiente del pueblo. El Mesías debería ser el hombre fuerte, capaz de vencer, en la línea de David, a todos los enemigos del pueblo. Si Jesús hubiera insinuado: “díganle a Juan que las cosas pronto cambiarán; el templo será purificado y los pecadores castigados. Díganle que pronto romperemos el yugo romano herodiano y solo se pagará tributo a Dios. Díganle que pronto Jerusalén brillará como antorcha y todos los pueblos se acercarán a ofrecerle tributo…”. Seguro que este carné de identificación hubiera convencido a todos incluso a Juan.
Pero Jesús se sitúa en una dirección completamente opuesta. Opta por el dialogo, por la no violencia; en la actividad de Jesús no hay ni una sentencia condenatoria, ni de juicios, sino que opta por la misericordia. Los pecadores no serán castigados, sino sentados a la mesa. Los leprosos no serán excluidos, sino curados con la medicina del amor; el Dios que Jesús revela con su actuación no es el Dios que castiga, sino el Dios que ama con entraña maternales, el que todo lo puede desde el amor, no desde el poder y la fuerza.
Los evangelios perciben en Jesús a una persona feliz, que transmite felicidad y va construyéndola a su alrededor. Desde esta conclusión, la frase “pasó haciendo el bien” se puede traducir por “pasó construyendo bienestar, elevando el autoestima de la gente, haciendo a todos más felices”. El secreto radica en la experiencia de saberse elegido llamado por un Dios a quien llama “Aba”, es decir papá.
El Dios que nos revela Jesús es un Dios feliz, y lo es por lo que es padre, amor, hospitalidad, un Dios cuya dicha consiste en ser comunicación de amor y comparte su dicha con los hombres. Dios es dichoso, porque todo su ser se centra en amar. Jesús quiere ser feliz al estilo de su Padre y llama dichosos a todos los que han comenzado a vivir en sus entrañas el amor de estar en el corazón de Dios – Padre. Ese amor recibido, por su propia dinámica genera una actitud de amor para con los demás, y se concreta desplegando sus capacidades en bienhechoras, que se encarnan en una serie de signos que llegan en si la posibilidad de felicidad.
¡Felices! ¡Felices! ¡Felices! ¡Felices! ¡Felices! Los que estaban en la última fila y no oían más que aquellas palabras gritadas por el Señor, no podían creer que se trataba de un mensaje de felicidad. Y no se equivocaban. Gracias a una transformación más sorprendente que la de Caná, “la pobreza se convertía en riqueza y las lagrimas en gozo”.
Con estas palabras se nos presenta Jesús como la respuesta al deseo de felicidad del hombre. En todos los rostros humanos se refleja el ansia de vivir y vivir cada vez mejor, es decir, se quiere ser feliz. Y este deseo de felicidad está inserto en todo hombre y mujer, tanto en el drogadicto, como el deseo insaciable de poder, en el afán del dinero, en el hombre de negocio, en el artista y en el contemplativo. Todos en el fondo buscan la misma cosa: una vida feliz o al menos buscan liberarse del sufrimiento inhumano, que es otra forma de querer vivir. Lo que sucede es el contenido de la vida feliz se entiende de distintas maneras y también se busca por diferentes caminos. Y no todos conducen a ella. Este es el problema de la ceguera.
Jesús ofrece un contenido de felicidad, señala un camino y nos da su luz para discernirlo. Jesús percibe con entrañas de misericordia la situación de marginación, de injusticia, de sufrimiento y desgracia de mucha gente de nuestro pueblo. Las palabras, las acciones y las conductas de Jesús generan bienestar y dicha en la gente desgraciada para el mundo, ya que posibilitan la realización personal y social de estos marginados. Todos estos signos confirman que el Reino de Dios es un proyecto de felicidad para todos. Es una felicidad que no se reduce a pan y circo, sino una felicidad que apela a la dignidad y a la responsabilidad humana y ha de ser universal y solidaria. No se puede ser feliz si no lo son todos.
El Dios que revela Jesús con sus palabras, conductas y signos es un Dios feliz, que quiere la felicidad del hombre; más aún, este es el primer sueño de Dios, que el hombre, la mujer y los pueblos sean felices. Solo seremos adviento digno de crédito si procuramos hacer felices a los que nos rodean, de modo especial aquellos a quienes el mundo llama desgraciados e infelices.
Igual que en tiempo de Juan el Bautista, nuestro mundo y nuestros ambientes duros y depresivos necesitan testigos y precursores de buena noticia, que ayuden a nuestros contemporáneos a descubrir brotes del Reino entre nosotros y que avivemos la felicidad que todo cristiano desea para sí y para los demás.
+Roberto de Coro
@MonsLuckert