REFLEXIONES DEL PASTOR
DOMINGO 7-12-2014
II DOMINGO ADVIENTO
DEBEMOS CAMBIAR
Mt
3, 1 – 12
Con los tiempos que corren no están las
cosas para estar repitiendo ni sermones, ni lamentos, ni recetas, ni
invitaciones a restaurar días de devociones populares o formas trasnochadas de
religiosidad.
La situación problemática del mundo va pidiendo de hace mucho tiempo, expresiones
de sentido y esperanza para asumir y aceptar su condición y realidad con cierta
dosis de novedad, de cercanía y de profundidad humana.
La sensación de vacío y desorientación
que viven muchos contemporáneos crece paralela a la actitud de rechazo hacia
la palabrería religiosa rutinaria y hacia la institucionalización con formas
tradicionales propias de otros momentos culturales. Pero crece también el
sentido del fracaso que acompaña a una vida que parece disponer de muchos elementos
superficiales y no de aquellos profundos que podrían aportarle la apertura
hacia un futuro esperanzador.
Crece a la vez, en la comunidad
religiosa, la sensación de inutilidad por no saber transmitir ese mensaje
profundo y pleno que la humanidad demanda. Aunque en la misma comunidad hay
quien se siente muy satisfecho con hacer y decir lo de siempre.
En el tiempo litúrgico que acabamos de
comenzar, el Adviento, hay que proclamar, con la Biblia, que el fracaso y el
castigo nunca es la última palabra ante la historia, como tampoco un análisis
pesimista puede corresponderse con la realidad de una situación. Incluso cuando
parece acabado como un árbol cortado, puede rebrotar con más fuerzas y energías dando lugar al mismo árbol con
juventud y lozanía, con nuevos ímpetus, con más vigor, pero, a veces es
necesario aplicar el hacha y podar con decisión.
La sensación de fracaso que arrastra el
cristianismo, conlleva la imprecisión de falta de futuro, o de impotencia, o de
falta de novedad.
Ante la impotencia no hay que resignarse
como tantas veces predicó el viejo cristianismo, pero si hay que cambiar. Dios
es novedoso, y hemos de estar siempre en disposición de resaltar su novedad, no
la nuestra, la que nos obliga a estar en la actitud de cambio.
Ante la falta de novedad por nuestra
parte, hemos de entender que Dios no es una moda, pero si es la respuesta a la
vida del hombre y requiere una presentación en sintonía con esa vida profunda
que cambia y cambia como las aguas de un río.
Dios no es una propiedad nuestra que
podamos presentar como una pertenencia con la que hacer lo que queramos,
tampoco podemos seguir presentándolo como el Dios que cierra el sistema de
pensamiento global e integral que hemos
construido con Él y desde Él, no es la piedra final que mantiene el arco de
nuestras elaboraciones filosóficas.
Hemos de estar dispuestos a aceptar el
reto de un cambio muy radical porque Dios no es una pieza básica de nuestros
entramados mentales con los cual nos complicamos aun nuestra fe.
El Dios de Abraham es un Dios muy
vivo, no es un Dios de muertos o de
acabados. Ser hijo de Abraham no es un título honorífico para colgar de
nuestras paredes o en el pecho. Es una vivencia muy honda y profunda que nos
constituye en caminantes perpetuos, siempre a la búsqueda de nuevas metas,
nunca conformes con la tierra que pisamos.
Para nosotros la esperanza es un niño que
nace y llena de alegría a quienes lo esperaban con ansiedad. Y, como el niño,
crece y se alimenta a la vez que alimenta los sueños, ilusiones de un futuro
donde Él es el centro de nuestra imaginación.
Y a la vez que alimenta nuestros sueños,
motiva muchos esfuerzos; todo lo necesario para aportarle una buena vida. Un niño pone en marcha todas las
capacidades de una persona, de una comunidad, hasta hacerse irreconocibles,
felizmente, sorprendido por haber hecho lo que consideraban imposible.
Porque un niño, como Dios, es siempre
sorprendente y aparece de forma inesperada, con salidas no calculadas y
rompiendo esquemas de personas adultas y serias.
Como un niño, Dios, con su debilidad y
fragilidad, despierta la fuerza de la ternura que es la fuerza capaz de todo,
dispuesta a todo y a la que nada le parece infranqueable.
Dios, como un niño, motiva la ternura,
motiva la alegría, motiva la esperanza y motiva las mayores energías
innovadoras y vitales. Dios tiene que nacer
para que, como un niño, nos haga renacer a nosotros, viejos troncos del
árbol cristiano y nos haga brotes nuevos para un mundo que cambia.
Estemos atentos en estos días que quedan
para Navidad. Dios puede pedirnos que le echemos una mano para nacer en unos
momentos difíciles de un mundo que tiene la vida demasiado fácil. Promuevan el
nerviosismo de la espera. Dios quiere nacer y el mundo necesita ese nacimiento
para recuperar sentido, amor, esperanza y humanidad. Veremos y trabajemos la
esperanza que nunca se apaga del corazón de un buen cristiano.
+Roberto de Coro
@MonsLuckert