REFLEXIONES DEL PASTOR
DOMINGO 7-9-2014
XXIII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO
CORREGIR CON AMOR
Mt. 18, 15 – 20
El medio más importante y a la vez más delicado para las relaciones entre personas es la palabra. Esta puede servir tanto para invitar como para reprochar; puede expresar la verdad o, por el contrario, engañar; puede ser vehículo de acogida o instrumento de rechazo; puede en fin inducir a alguien a la calidad conversación o cerrarle la boca con una frase asesina, vulgar, excluyente.
En la primera lectura y en el Evangelio de este domingo, encontramos el tema de la palabra orientadora, la palabra que ha de mover al otro a la conversión. Es este un asunto que exige una extrema sensibilidad, porque no se trata en este caso de ejercer sobre los demás una condena, ni de señalarle con el dedo, aun con el fin de justificarlo frente a la colectividad. Ni siquiera se trata en última instancia de convencer a alguien acerca de concepciones muy personales. El asunto a considerar tiene que ver más bien con la orientación de una persona, con esa indicación sencilla y humilde que puede hacerse a un hermano, a un amigo, a un compañero, incluso a un simple desconocido para advertirle, por ejemplo, que el camino por el que va no es el que Dios quiere, no es el que lleva a una vida en libertad.
¿Quién se deja aconsejar hoy? ¿Quién permite a nadie entrar en la intimidad de la propia vida? En una sociedad como la nuestra, con amplia tradición autoritaria en todos los órdenes de la vida, la modernidad y el cambio – casi siempre positivos – han traído al personal susceptibilidades, que a menudo hablan más de lógicas reacciones a modelos pasados inaceptables, que de sentimientos razonables fundados. Así, se oye muchas veces: ¡no necesito tus consejos! ¡Yo sé equivocarme solo!
Esto aún es más de tener en cuenta en un tiempo en que la autoafirmación y el proyecto personal de vida parecen constituir para cualquiera el programa más importante. Y no digamos ya que cualquiera indicación dirigida al individuo sea considerada al instante como algo lesivo del propio orgullo: con frecuencia se considera una debilidad el aceptar una orientación, una corrección.
Ante este fenómeno, no deje de resultar chocante que el libro de Ezequiel y el libro de Mateo de este domingo no solo apuesten por la corrección fraterna, sino que incluso inviten a aceptar esa corrección.
Desde una global consideración de la existencia humana, cabe hacerse una pregunta de verdadera trascendencia: ¿quién está tan seguro de sí y del medio en que vive y quién tiene tal fortaleza o sabiduría como para saber en cada momento y en todos los órdenes lo que debes hacer, aun cuando se piense en exclusiva en el propio bien? No es de extrañar que incluso nosotros en este tiempo de la historia al que hemos llegado nos alcance la Palabra de Dios a través de la vieja sabiduría israelita y nos diga al corazón: “no reprendas al burlón, te tomará mala voluntad, reprende al sabio y te amará”. La sabiduría ama al hombre y le da lo que necesite en cada momento, aunque el hombre lo acepte de mala gana y hasta lo rechace.
La tarea de “vigilante” en la comunidad consiste en declarar peligros para el individuo y para el colectivo, un espacio en el cual la actuación incorrecta va en contra de los hermanos y, por tanto, de la voluntad de Dios.
Ciertamente no se puede condenar a la primera la actuación incorrecta, injusta o vacía de amor, pero es una tarea inexcusable – con la que alguien tiene que cargar – amonestar la conducta egoísta, desatenta respecto a la comunidad, y en general desorientadora. La siguiente labor es amar al pecador y acompañarle, mientras este lo permita hasta motivar un signo de conversión.
Hoy se pueden matizar estos principios – y es muy interesante hacerlo con toda dedicación – pero en ningún caso se debe permitir que los espacios aparentemente individuales y menos los comunes se envenenen. Esto sería desidia. Por eso, precisamente, cunde socialmente la “muerte por desidia”, la muerte psíquica y aun la muerte espiritual.
El pecado llamado “individual”, el pecado de quien no roba, ni mata, ni es infiel a su esposo o a su esposa consiste en última instancia en que el pecador no solo se cierra al amor de Dios, sino que impide ese amor a los demás, pues bloquea su vocación: ser instrumento del amor de Dios, como nos lo ha revelado el Maestro.
El vigilante u orientador en la comunidad cumple la función indicativa de los canales por donde discurre el amor de Dios, un amor que quiere la vida a caudales, incluso la vida del pecador.
A todos los miembros de la comunidad les está adscrita la función de “vigilante”. Una función que nada tiene que ver con el reproche agrio, la desconfianza o la penalización. Vigilar la comunidad y ser guardián del hermano se inscribe en la línea de potenciar la vida diariamente y las condiciones en que todos pueden vivir más libremente y a la vez humanamente más cobijados.
Cuando alguien se arrepiente, cambia de idea, de modo, de sentido, de actuar… se está demostrando que allí esta Dios y que su vida crece en los hombres y mujeres que forman la comunidad de Jesús. Cuando alguien amonesta a otro, es decir, le dirige una palabra cariñosa para que vuelva al camino correcto… también se está demostrando que la fe y la esperanza “funciona” a pleno rendimiento, gracias al amor que alienta a la vida de la comunidad cristiana.
No tengamos miedo de corregir, no tengamos miedo de orientar a un hermano que falla como dice el texto del Evangelio: si escucha la amonestación y se salva, has ganado un hermano.
+Roberto de Coro
@MonsLuckert