REFLEXIONES DEL PASTOR
DOMINGO 24-8-2014
XXI DOMINGO TIEMPO ORDINARIO
LA FE…
Mt 16, 13 – 20
La confesión de la primitiva comunidad cristiana, afirmando que Jesús es el Cristo, constituye su primer y más breve credo resumido en una palabra: Jesucristo. Que Jesús de Nazaret sea el rey esperado no es un enunciado para intelectuales de la religión, ni son títulos descriptivos que ayudan a la comprensión del personaje, es también un horizonte de compromiso para los cristianos de todos los tiempos y lugares en cuanto que implican un modo especial de relación con los hombres, con la sociedad y, en definitiva, con todo el universo.
Por otra parte, tanto en el Antiguo Testamento como en el ambiente social en el que Jesús vivió se espera la llegada de un rey, un descendiente de David, uno que implante la verdadera justicia en el mundo (Salmos 45 y 72, principalmente).
El papel del rey israelita ideal es defender a los que no tienen poder de hacerlo por sí mismos. Pobres, marginados, huérfanos y viudas deben encontrar en el rey su defensa. Pero los hechos demuestran abundantemente que los pastores del pueblo buscan más su propio beneficio, esquilando a sus ovejas. La justicia no se hace efectiva. Y no se trata de un concepto de justicia como lo expresado en el derecho romano: ser imparcial dando a cada uno lo suyo, utilizando así un concepto de propiedad privada.
El rey hace justicia cuando protege al indefenso frente a los presuntos derechos del explotador. El canto del magníficat es un ejemplo de todo ello. Jesús anuncia una buena noticia para los pobres, ese reinado de Dios. Él es el rey (Mesías) esperado. Los pobres son bienaventurados porque dejarán de ser pobres. Implícitamente se está hablando de la construcción de una sociedad digna del hombre: fraterna, igualitaria y solidaria. El Reino de Dios, sin embargo, no se reduce a un mero proyecto de justicia social, porque su realidad total no se alcanzará hasta su estadio definitivo más allá de la historia.
Nuestro sistema social (engendrado y vivido sobre todo en una cultura a la que paradójicamente se llama cristiana) se basa en el beneficio individual, la competitividad, la desigualdad y la explotación de los poderosos de todo tipo. Para quienes confesamos que Jesús es el Cristo, extender el Reino significa extender la solidaridad desde la fe en aquel que confesamos como Señor. Que la solidaridad aumente o, si se quiere, que la explotación disminuya, es una buena noticia para los pobres. Quizás nuestra idea de evangelización deba cambiar para recoger más intensamente este sentido y no quedarse en mero proselitismo religioso.
Más allá de la fuerza obligante de forma física o legal, el reino avanza desde la libertad, desde una conciencia auténticamente convertida al Dios de Jesús. Los frutos exteriores deberán demostrar es este cambio interior. No nos pueden tranquilizar unas estadísticas que presenten una pasable práctica religiosa, ni una beneficencia que conserva las injusticias del sistema. Hay que ir hasta la solidaridad, la igualdad verdadera, la fraternidad incondicional, en unas formas de convivencia que haga todo esto realmente posible y viable. No olvidemos que la palabra “rey” sea cual sea su acepción concreta dice relación a la política, a la organización de la convivencia humana.
El reino es utopía, pero no en sentido de imposible, sino de anticipación o aceleración de un futuro más digno del hombre que llene sus ansias de plenitud. Las consecuencias de justicia social actuales eran impensables al comienzo de la industrialización y, sin embargo, hoy son reales y, a la vez insuficientes.
El reinado de Dios se hará realidad en la medida de que hayan hombres que cambien radicalmente su propia mentalidad, su escala de valores, su apreciación práctica y concreta por el dinero, el poder y el prestigio. Así se repite de verdad la confesión que la primitiva comunidad pone hoy en boca de San Pedro. Tú eres el Cristo, el hijo de Dios que actúa.
Al examinar nuestra fe personal y comunitaria, nuestro seguimiento del Maestro por los caminos del mundo actual nos ha de confirmar en un vivir cristiano que rompa los límites de la mera práctica religiosa o la simple ética individualista. Todo es la viña del Padre que hay que arar. Lo difícil del cristianismo es que no se trata de Dios, sino de todo lo demás.
Ser discípulo de Jesús y reconocerle tal cual es, con lo que quiere Dios de nosotros a través de él, consiste en bastante más que cumplir litúrgicamente y “meterse con nadie”.
+Roberto de Coro
@MonsLuckert