DOMINGO 9-2-2014
V DOMINGO TIEMPO ORDINARIO
SOMOS LA LUZ DEL MUNDO
Mt 5, 13 – 16
Jesús dice a sus discípulos: “ustedes son la luz del mundo”. Pero Jesús lo afirma en el contexto de una exhortación; por tanto, no dice simplemente lo que ya son sus discípulos, sino lo que deben ser. Y el problema de los discípulos de Jesús será ser en el mundo lo que deben ser: luz.
Jesús dirige su exhortación a todo el grupo. Y el grupo debe ser luz del mundo. Pero un grupo, una comunidad, es en cierto sentido más que la suma de los individuos que lo integran. Por eso, no basta con que haya en el grupo individualidades que puedan ser guía y aliento para los demás. Los Santos son luz en la Iglesia pero es menester que la misma Iglesia sea luz para el mundo. El Evangelio de Jesús solo puede vivirse comunitariamente, la comunidad es el sujeto del Evangelio y la encargada de anunciarlo al mundo y de verificarlo en el mundo, ofreciendo a los hombres un modelo válido de convivencia fraterna. Por eso, las palabras de Jesús interpelan hoy a la Iglesia y no solo a los cristianos.
La Iglesia no es una misteriosa e invisible comunión espiritual de predestinados. De ser así, no podría ser la luz del mundo. La comunidad de Jesús, la Iglesia, es una realidad pública: como ciudad situada en lo alto de un monte. Esta situación incómoda compromete la misión de la Iglesia, obligada siempre a ser luz o tinieblas. La Iglesia no puede esconderse, y cuando no ilumina a los hombres, los confunde.
La presencia de la Iglesia en el mundo no ha de ser ostentación sino servicio. La Iglesia no es un fin en sí misma, no es luz para lucirse, sino para iluminar a los hombres y a los pueblos. Por eso, no ha de buscar siempre que a toda costa su prestigio, sino la gloria de Dios: “que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en el cielo”. También en la Iglesia es la critica una forma elevada de colaboración que aquellos que esconden siempre las vergüenzas de la Iglesia no son por cierto sus mejores hijos.
Que hermosa la expresión del Santo Padre Francisco cuando públicamente dice que los pecados de pedofilias de los Sacerdotes son una vergüenza para la Iglesia.
Jesús no dice a sus discípulos que tengan la luz, la verdad, sino que son – deben ser - luz del mundo. He aquí el imperativo de la Encarnación del Evangelio, del testimonio en palabras y en obras, no basta con decir la verdad, es preciso hacer la verdad. Pues si la Iglesia no practica el Evangelio que anuncia, el anuncio del Evangelio se convierte en denuncia de sus propios defectos, y la Palabra de Dios en la boca de la Iglesia, en vez de llegar al mundo, se vuelve contra ella misma como espada de dos filos.
La Palabra de Dios invita a la Iglesia a reflexionar sobre sí misma y a descubrir sus propias debilidades. Si la Iglesia ha de ser la sal de la tierra, no le irá nada mal a la Iglesia un poco de sal en su propia carne, aunque eso pique. Cuando los hombres ven a la Iglesia dividida escuchan que la Iglesia proclama la reconciliación, cuando los hombres ven a la Iglesia interesada en aliarse con el poder para imponer su doctrina, escuchan a la Iglesia que proclama la libertad religiosa; cuando los pobres ven a la Iglesia que está con los ricos – y está por demostrar que se deba corregir la óptica de los pobres -, escuchan que la Iglesia les predica las bienaventuranzas; cuando los oprimidos ven a la Iglesia todavía enredada en estructuras feudales, escuchan a la Iglesia que defiende los derechos humanos.
Los Obispos en uno de los Sínodos han reconocido estas contradicciones de la Iglesia, pero no basta con reconocerlas. La Iglesia será luz para el mundo – cuando destierre de ella la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando parta su pan con el hambriento y sacie el estomago del indigente; solo entonces brillará su luz en las tinieblas.
Esta Iglesia de la que hablamos no es una realidad abstracta, sino la Iglesia en la que todos tenemos parte y de la que todos somos responsables. También los fieles. En toda estructura autoritaria se da un acuerdo secreto entre el autoritarismo de unos y el servilismo de otros. La Iglesia solo llegará a ser la fraternidad de los hijos de Dios cuando unos y otros se conviertan al Evangelio.
De nada serviría proclamar aquí el Evangelio y los derechos del hombre, si después en el mundo no practicamos ni lo uno ni lo otro. La Palabra de Dios interpela hoy a la Iglesia y a todos nosotros – para que desterremos toda injusticia.
Los hombres solo creen hoy a los que hablan con experiencia. Si en la Iglesia no se practican los derechos humanos, no habrá nadie que la aguante ni el mismo Dios.
+Roberto de Coro
@MonsLuckert