DOMINGO 23-2-2014
VII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO
EL
AMOR ES TOLERANTE
Mt
5, 36 – 48
Los medios de comunicación se encargan de
dar cuenta puntualmente de los numerosos casos de intolerancia, los diarios
asesinatos del fundamentalismo islámico que hoy martiriza a esa republica de
Siria, las explosiones contra los trabajadores extranjeros, la violencia racista
contra la gente de color… se trata de casos de intolerancia verdaderamente
intolerables. Pero eso no es más que la manifestación de una actitud
fanática culturalmente muy arraigada y
que habrá que desarraigar en la educación, ya desde la escuela, si apostamos
por la paz y la convivencia solidaria.
Una de las características de nuestra
sociedad democrática es el pluralismo, indispensable para que sea efectiva la
libertad. Pero el pluralismo es más, de momento un hecho que una actitud. Por
eso, las diferencias que aparecen y se exhiben en una sociedad plural no
siempre encuentran aceptación y respeto por parte de todos. Muchos optan por la
indiferencia, y así nunca entenderán la tolerancia. Pero los más encontramos
razonables nuestras diferencias y presentamos demasiadas excusas para aceptar la de los otros. Somos
tolerantes con nuestras diferencias y con las de los nuestros, incluso con
nuestras excentricidades y rarezas; pero difícilmente medimos con el mismo
rasero las excentricidades y rarezas de los otros, que nos resultan
intolerables.
Sin embargo, nuestra sociedad es
intolerante con la pobreza, precisamente porque no hay diferencia más grande
que la desigualdad. Los de otras razas, color, nación, religión o ideas, si son
ricos, son bien recibidos y mejor tratados por todos, empezando por los medios de comunicación que
se prodigan tras de ellos, pero no tienen ningún interés por los pobres, que
solo son noticias, cuando a la pobreza se añade la violencia. Es realmente intolerable que la sociedad del bienestar,
que también genera pobreza, sea intolerable con los pobres. Resulta intolerante
la presencia de pobres en la calle, en los lugares públicos, o cuando recurren
a protestar puerta por puerta su situación de injusticia social.
Lo que Jesús quiere que entendamos muy
bien sus seguidores, es que la ley con ser necesaria no basta. Y es que las
leyes no son todo en la vida, y mucho menos en la vida cristiana, tal y como no
los plantea el evangelio. Por eso frente a la ley, que no lo es todo, Jesús propone
el amor, que si lo es todo.
Porque Dios es amor y, en consecuencia, los hijos
de Dios, si tenemos que dar señales de vida, señales de la nueva vida de una
vida cristiana, tenemos que darla con pruebas de amor. En este caso, también
pruebas son amores, que no son buenas razones. En eso, nos dijo Jesús,
conocerán que son mis discípulos, porque se aman, los unos a los otros como yo
los he amado.
En estos tiempos quizás la mejor manera
de poner en práctica la exhortación de Jesús de amar a los enemigos sea la de
abrigar en nosotros actitudes de tolerancia. En una sociedad pluralista abundan
las diferencias y los diferentes más que los enemigos, pero, si no se cultivan
actitudes de tolerancia, fácilmente se pueden convertir las diferencias en
enfrentamientos y multiplicar los odios y la intolerancia.
Por eso, y
reconociendo que todos somos hijos de Dios debería resultarnos menos difícil el
respetar y aceptar las diferencias, la tolerancia es una exigencia del amor
cristiano, pues, como dice el Apóstol Pablo: “espera sin límite, cree sin
límites y perdona sin límites”.
En este sentido la tolerancia como el amor no
es la solución para ningún problema en concreto, pero si es el clima necesario
e imprescindible para poder vivir y convivir en paz, gente diferente por el
sexo, la edad, las ideas, las creencias, los modos de vida, la lengua, la
ideología política… pero la tolerancia no debe conducirnos a la indiferencia o a la permisividad, sino al
respeto, al interés y a la cooperación en amor.
Seamos constructores del amor a través de
la tolerancia.
+Roberto de Coro
@MonsLuckert