Reflexiones del pastor. Creo en la resurrección de los muertos. Domingo, 10/11/2013

XXXII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO
CREO EN LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS
Lc 20, 27 – 38

Hablar de la muerte resulta siempre una conversación extemporánea, impertinente, cosa de mal gusto. Todos, al parecer, hemos convenido en reprimir toda cuestión sobre la muerte. Como si la muerte no nos interesa a todos. Como afirma San Francisco: “la muerte es mi hermana”. O como, si al reprimir la pregunta por la muerte, suprimiéramos también su inminencia y cercanía. Si tenemos que morir, no podemos vivir irracionalmente “como si no tuviéramos que morir”. 

Y si queremos vivir conscientes de que tenemos que morir, no podemos eludir la cuestión de la muerte, pues en ella nos va la vida.

No podemos, desde luego, reprimir la pregunta por la muerte y engañarnos con ingenuas teorías sin fundamento. Hay quien piensa, por ejemplo, que es vana toda reflexión sobre la muerte, puesto que la muerte es un problema sin solución. Pero, ¿qué significa eso de que la muerte no tiene solución?

¿Que nosotros no tenemos la solución? Entonces habremos de reconocer honestamente que la muerte es un problema para el que los hombres no tenemos solución. Pero no podemos decir que no sea un problema, o que no sea nuestro.

Otros se conforman creyendo que la muerte es la última palabra. Uno vive dos, diez, cien años…. Y al final se muere. Eso es todo. Pero si la muerte es la última palabra, si todo se acaba en la muerte… ¿qué derechos tienen los muertos? ¿O acaso solo tienen derecho los vivos? Y si esto es así, es decir, si hemos nacido para morir y a los muertos no les asiste derecho alguno, ¿no es eso afirmar que la razón está de parte de los vivos, o sea, de los que sobreviven? ¿Y no es eso una justificación y una invitación a la violencia y al crimen? ¡Ay de los muertos!

Pero la muerte no es la última palabra, al menos, no podemos afirmar que lo sea sin riesgo a equivocarnos. En cambio sí que podemos decir que la muerte es una pregunta.  La primera, pues no se puede  vivir de verdad sin asumir  toda la vida y por lo tanto también el hecho de la muerte. Y además, es ineludible, pues cada uno hemos de morir y cada uno hemos de vivir. Cuando tanto se habla y con tanta ira contra pasadas represiones, ¿qué sentido puede tener esa obstinada represión contra la pregunta sobre la muerte? Pues reprimiendo la pregunta no se suprime la muerte, pero si se reprime la vida. 

La muerte es un hecho que a todos interesa y que todos silencian. La muerte se margina en nuestra sociedad, ya no llamamos a los cementerios, cementerios, sino “jardines del recuerdo”. ¿Por qué? ¿Nos da miedo? Pero la muerte no es la última palabra si no la primera pregunta. Unos mártires de la fe en la resurrección de los muertos. Unos mártires de la resistencia judía en tiempo de los Macabeos, murieron con la fe y por la fe en la resurrección de los muertos. Jesús contesta a los saduceos afirmando la misma fe. Y esta es también nuestra fe si es que no ha llegado a ser una simple creencia. Todo lo que creemos de verdad debe tener consecuencias prácticas en nuestra vida. Y por eso solo cree en la resurrección de los muertos el que hace posible la vida de todos y respeta la dignidad en la persona humana.

 A manera de conclusión: solo el amor es más fuerte que la muerte. Por eso, la eucaristía, es sacramento del amor, es también señal y prenda de futuro inmortalidad. Jesús ha dicho: “quien come de este pan,  que es su cuerpo entregado por amor a los hombres, vivirá para siempre”. Pero de nada serviría comulgar con el cuerpo de Cristo si no comulgamos también con el amor de Cristo.

Solo cuando nosotros los cristianos estemos dispuestos a dar la vida por la verdad y por la justicia, podremos esperar que los hombres crean en la vida eterna. Solo cuando respetemos más a los hombres, el mundo creerá que la vida tiene un sentido y que no acaba solo con la muerte.

+Roberto de Coro.
@MonsLuckert